miércoles, 5 de febrero de 2014

EL ALMA DE LA NATURALEZA

"Había brotado, en medio del huerto, un imponente piano de cola", me dijo Ana, una dulce anciana conquense. Insistí para que me contara más y no sintiera rechazo por su locura. Ella se empeñó en que fuera para escucharlo. Al llegar al cercado vi los cerezos más grandes que había visto en la vida. Cuando la brisa acarició mi oído, pude oír la melodía del piano, mientras el viento besaba los árboles. Asombrado y con la emoción en el rostro, abracé a Ana. Entonces lo vi, un hombre estaba tocando el piano dentro de una caseta próxima. Me acerqué, y él me afirmó: “la música con alma, da vida a la naturaleza”.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

ARRUGAS DE JUVENTUD

Soy Pedro y yo no creo en la edad.

¿Por qué medir la vida en años?

Yo prefiero medirla en experiencias, en momentos, tanto buenos como malos, aprendiendo de los demás, cogiendo lo mejor de cada uno. O simplemente en metros o kilómetros que caminaremos por encima de la tierra consumando acciones, bondad, fuerza, cólera, amor, ternura, locuras... Para luego descansar debajo de ella dando paso a los que vienen.

Sabiendo que hemos aprovechado nuestra estancia con cada sonrisa que provocamos con nuestro recuerdo.




Dedicado a la memoria de mi abuelo Pedro


miércoles, 13 de noviembre de 2013

IMPOTENCIA (relato corto)

“Ábrelo y sácala”, afirmó alguien en el exterior. Mi compañera  me decía, tiritando de frío, “no te preocupes que seguro que no tiene nada que ver con nosotras”, pero cuando vi que algo se me acercaba, en ese mismo instante vi que se refería a mí.

Él me sacó, me tocó con sus grandes manos y me apoyó en el mármol con fuerza.  No sabía qué estaba ocurriendo, me sentía aturdida, nunca había hecho nada malo, solamente esperaba a que alguien me liberase de esa horrible cárcel. Mis pensamientos quedaban mudos cuando de repente empezó a echarme una sustancia blanca sobre mi cuerpo, como si de sal se tratase, me dio la vuelta y siguió con su tarea.

En mi interior viajaban varias emociones, impotencia, coraje, frío extremo, pero la que daba uniformidad a todas ellas era la sorpresa, sorpresa de pensar por qué yo y no otra…

Conforme pasaba el tiempo veía que este iba a ser mi final. A lo lejos veía que mi compañera seguía ahí como siempre, tumbada sin hacer nada más. Ni si quiera intentaba defenderme, mientras a mí me manipulaban y hacían conmigo lo que querían. “Esto no es justo”, pensé, “pero qué voy a hacer yo si solo soy una pechuga de pollo”.